Guests arriving at Fondazione Prada for this menswear season were met with a surprisingly stripped-back setting. Gone were the elaborate, theatrical sets of previous seasons — the oozing slime, the carpeted scaffolding, the artificial meadows, and quirky office chairs. Instead, attendees stepped into a nearly empty industrial warehouse, its bare walls exposed, the floor covered only by a handful of simple, flower-shaped rugs. Prada had chosen to strip away the excess.
The collection’s title, “A Change of Tone,” made the designers’ intentions clear: Miuccia Prada and Raf Simons were steering the house into a different creative mood. The show notes, unusually brief at just 37 words, spoke of a “shift of attitude – dismantling of meaning, and dismantling power,” hinting at non-conformist harmonies and new movements.



On the runway, the first model emerged wearing ultra-short shorts and a crisp white shirt, carelessly tucked in at the front — a perfect ensemble for Milan’s sweltering summer heat, and a further embrace of Prada and Raf’s ongoing anti-styling approach: deliberate effortlessness.
Soon followed Prada’s signature playful mismatches: a brown leather jacket paired with bare legs and flip-flops; car coats worn over Kill Bill-yellow tracksuits; military shirts stuffed into shorts. The collection’s recurring motif was clear: business on top, party on the bottom. Accessories added to the eccentricity, from enormous whirlwind raffia hats that almost concealed the models' faces, to tiny cone-shaped hats reminiscent of The Moomins universe.
Backstage, Miuccia and Raf described the collection as an exercise in simple elegance — not driven by grand concepts but by instinctual choices. As Raf admitted: “This might be the easiest collection I’ve ever done.”

Los asistentes que llegaron a la Fondazione Prada en esta temporada de moda masculina se toparon con una escena inesperada. En lugar de los escenográficos montajes que caracterizan a la firma —estructuras cubiertas de slime, praderas artificiales o extravagantes sillas de oficina—, esta vez fueron recibidos por el vacío de un depósito casi desnudo. Las paredes expuestas del espacio industrial y unas sencillas alfombras en forma de flor marcaban el tono: Prada había decidido despojarse de lo accesorio.
El título de la colección, "A Change of Tone" (Un cambio de tono), no dejaba lugar a dudas: Miuccia Prada y Raf Simons querían explorar una nueva dirección estética. Las notas oficiales del desfile, sorprendentemente escuetas con apenas 37 palabras, hablaban de un “cambio de actitud, desmantelamiento del significado y del poder”, y proponían un ejercicio de armonías no conformistas y nuevos movimientos.



Sobre la pasarela, el desfile abrió con un conjunto minimalista: un short extremadamente corto acompañado de una camisa blanca impecable, metida de forma abrupta dentro del pantalón. Un look fresco y práctico, casi provocador, ideal para el calor sofocante de Milán, y coherente con el enfoque "anti-styling" que la dupla creativa ha abrazado en sus últimas colecciones: aparente descuido pensado al detalle.
Luego llegaron las combinaciones de contrastes que son ya marca registrada de Prada: chaquetas de cuero marrón con piernas desnudas y sandalias tipo flip-flop; abrigos tipo "car coat" sobre pantalones deportivos amarillo intenso estilo Kill Bill; camisas militares remetidas en shorts. El código era claro: negocios arriba, fiesta abajo. Los accesorios sumaron su cuota de excentricidad: sombreros de rafia gigantes que ocultaban el rostro y pequeños gorros cónicos que parecían salidos del universo de The Moomins.
En el backstage, Miuccia y Raf resumieron el espíritu de la colección como "elegancia simple". No se trataba esta vez de construir grandes conceptos, sino de dejarse llevar por el instinto. Raf incluso admitió al final: “Probablemente, esta es la colección más fácil que he hecho en mi vida”.





